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/* Resumen */ Confesiones secretas de un coronel sandinista[edit]

PRÓLOGO

El coronel del Ejército de Nicaragua, Víctor Boitano, debería ser General y ocupar uno de los puestos claves de esta institución. Pero él no obtuvo lo uno ni lo otro, sino que vivió una pesadilla al caer en desgracia y ser purgado intempestivamente. El General Omar Halleslevens Acevedo montó una conspiración contra mí, para acabar con mi carrera. Me dijo que yo estaba en una lista. ¡Me quede perplejo! Eso de lista negra, es algo que sólo existe en la mafia.

Probablemente dolido en su honor de militar de carrera, mira los toros de largo desde su despacho de abogado en Altamira, desde su condición de columnista de periódicos y ahora como escritor de un delicado y escrutador testimonio titulado Confesiones Secretas, donde, aunque se declara sobreviviente de una conspiración, advierte que podría ser ejecutado por algunas revelaciones que hace en este libro, pero se atreve a desafiar la muerte, porque se siente obligado, explica, con las nuevas generaciones, para que conozcan hechos que las “fuerzas oscuras” tratan de esconder.

Boitano se autorretrata y califica o más propiamente descalifica al gobierno: Soy un ciudadano patriota, un soldado marcado por las falsedades de un sandinismo secuestrado por el orteguismo, de un sandinismo deformado, traicionado, mercadeado con fortunas mal habidas; un sandinismo desnaturalizado y marcado por los horrores y errores de las dos guerras civiles más destructivas de Nicaragua. No deseo para mis hijos este sistema condenado y fracasado, no quiero que tengan más de lo mismo, de lo macabro y nefasto que yo tuve.

El autor considera que las personas a quienes denomina “los señores de la noche oscura” y “fuerzas oscuras” tienen en su poder todos los poderes del Estado, la justicia, los jueces, los fiscales, los testigos, las llaves de las cárceles, los fusiles, los garrotes, cuentan con sicarios sí como con la experiencia y todo lo demás “para liquidar a cualquier valiente patriota que ose enfrentarlos. ¡Dios me guarde y Dios guarde a Nicaragua!

Boitano y su familia son dignos de una novela. Tenía siete años cuando uno de los más talentosos dirigentes históricos del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) –pero extrañamente mantenido en el anonimato-- Oscar Turcios (El Ronco), huía de la Guardia Nacional de Somoza y se refugió en su casa. La mamá de Boitano resultó más que un ángel de la guarda para “los muchachos” del FSLN, pues era tan progresista, mucho más allá de las liberalidades de la época, que convirtió su casa en un refugio permanente para los insurgentes. Impulsado por el contexto, Boitano todavía era un niño cuando se convirtió en guerrillero en los barrios orientales y luego fue héroe de guerra como oficial del Ejército, en cuyas filas cayeron heroicamente dos hermanos suyos.

Las confesiones secretas del único Coronel negro en la historia del Ejército de Nicaragua --¿racismo?--, podrían no ser tan reveladoras por sí mismas, sino por su entramado y el contexto, por el fuerte significado que adquieren los hechos sombríos relatados o señalados por él al ser asociados con otros hechos, nebulosos unos, aparentemente claros, otros, como el asesinato del principal jefe militar de los contras, el Coronel Enrique Bermúdez, cuando ya se había logrado la paz. Es una verdad que Enrique Bermúdez Varela (3-80) fue asesinado por las “fuerzas oscuras” nicaragüenses, fue un trabajo de profesionales, preparado y ejecutado desde el poder en Nicaragua.

Lo peor de todo, revela Boitano, es que existen casos en que se sabe quiénes son los autores, pero “el poder corrupto” los protege. En algunos casos, este poder les garantizó su huida al exterior como sucedió con los asesinos del doctor Arges Sequeira Mangas, quienes primero se refugiaron en Cuba y después desaparecieron en rumbos diferentes: el jefe del grupo participante en la acción, el ex Teniente Coronel Frank Ibarra Silva, por ejemplo, ha sido visto en varias ocasiones en Nicaragua y vive en Venezuela con identidad falsa.

Al recordar otros asesinatos emblemáticos como los de Jorge Salazar, Jean Paul Genie y Carlos Guadamuz, sostiene que no debería haber ni un expediente abierto, sin resolverse, pero eso no ocurre porque en Nicaragua el poder lo tienen lo que él denomina “las fuerzas oscuras”, que no sólo asesinan, también extorsionan, realizan acciones de intimidación política, infiltran las estructuras partidaria opositoras, espían, obtienen información sensible y la manipulan, y hasta cambian resultados electorales.

El Coronel Boitano también se refiere a otro caso poco mencionado fuera de la aparente esfera de la delincuencia común o del crimen pasional. Se trata del psicólogo Douglas Guerrero Castellón, antiguo dirigente de la niñez y la juventud sandinista, que formó parte del Estado Mayor de la Cruzada Nacional de Alfabetización junto a al padre Fernando Cardenal y Carlos Carrión. Para muchos, Castellón fue el primer consejero profesional de Zoilamérica Narváez. El autor dice que este crimen fue una pasada de cuentas, porque motivó a la joven hijastra, a denunciar públicamente su caso.

Boitano apunta que Humberto Ortega se cree intelectualmente superior a su hermano Daniel; que ambos tienen un enorme complejo de autosuficiencia; que no viven normalmente; y que desconfían hasta el grado de que con frecuencia imaginan complots. También afirma de manera rotunda: Mientras Daniel Ortega viva metido en los problemas del país, Nicaragua está condenada.

A partir de un sueño que tuvo años antes, Boitano asocia a lo que denomina como “fuerzas oscuras”, con “La maldición de la laguna”. Un grande y temible monstruo, un extraño y deforme animal que se escondía en unas cuevas oscuras en el mero fondo de la laguna de Tiscapa, que por su boca sacaba un montón de gases, vapores, humo, una verdusca-amarillenta baba y aire caliente-venenoso de su espíritu malo. Cuando esas exhalaciones subían las laderas y llegaban al borde de la laguna, se expandían como fantasmas y espantos, primero por la Loma de Tiscapa, y después por toda la ciudad, colándose por todos lados, entraban como maldiciones por todas las rendijas y agujeros debajo de las puertas y ventanas de las casas, no importando condición social, sexo, color… Nadie se salvaba de su contaminación.

En su libro reproduce unas declaraciones del propio Lenin Cerna en las que éste justifica lo actuado por la DGSE y trata de situar el rol que ha jugado y juega este personaje. No existe un sólo caso cometido por el antiguo régimen sandinista, u acontecimiento que estremeciera negativamente a Nicaragua antes, durante y después de la revolución, en los cuales Cerna no aparezca vinculado. Recuerda Boitano que Cerna exaltó al asesino confeso del periodista Carlos Guadamuz, el ex oficial de la Seguridad del Estado William Augusto Hurtado.

En los años ochenta, refiere Boitano en su testimonio, hubo unos “Grupos Comandos” mercenarios manejados por Cerna, integrados por el general (r) Renán Montero, desertor de la Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba (FAR), Jorge Ricardo Masetti, los argentinos Enrique Argentino Gorriarán Merlo, Hugo Alfredo Irurzún, alias “Capitán Santiago” y otros antiguos integrantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). El autor no les reconoce ninguna militancia revolucionaria y, por el contrario, los llama “asesinos a sueldo”.

Montero fue el cerebro y creador de los aparatos de inteligencia y seguridad en Nicaragua. También dirigió un grupo numeroso de agentes cubanos que operaron desde Managua contra varios gobiernos de la región. Montero actuaba bajo el mando del comandante cubano Manuel Piñeiro Losada, apodado “Barbarroja”. De Gorriarán Merlo, dice que fue verdugo e interrogador directo de colegas ex oficiales nicaragüenses detenidos por supuestas sospechas de traición al régimen sandinista. Entre los torturados está el teniente Reynaldo Aguado.

En Confesiones Secretas el autor revela que durante la guerra contra Somoza, Fidel envió a Nicaragua a doscientos agentes de inteligencia cubanos y chilenos para garantizar sus intereses una vez tomado el poder, bajo las órdenes del coronel Tony de la Guardia Font, fusilado en 1989 en Cuba. Asimismo, refiere la planificación y organización en Nicaragua del desastroso ataque al cuartel de La Tablada, en Argentina, en agradecimiento a Gorriarán por haber eliminado a Anastasio Somoza Debayle.

De acuerdo al Coronel Víctor Boitano, tras la sofocada rebelión del Coronel Javier Pichardo, el General Humberto Ortega planificó una línea jerárquica de sucesión y prelación militar, que la conformaban tres tripletas generacionales de oficiales superiores que garantizarían el relevo hasta 15 años después de su salida. Los generales Joaquín Cuadra Lacayo, Javier Carrión Mcdonoug; Manuel Benito Salvatierra Rivera, encabezaban las tres generaciones.

La tercera sucesión no se produjo como estaba planeada por una situación sentimental que forzó el retiro anticipado de Salvatierra combinada con la solución que el General Carrión debió encontrar para un hermano suyo acusado de asesinato y que lo dejó en deuda con una figura inesperada que emergió entre los mandos: Omar Halleslevens. Y con éste, la Contrainteligencia toma el mando. El segundo al mando del Ejército es el General Julio Cesar Avilés, antiguo jefe de la Dirección de Inteligencia Militar. Esto lleva al autor a comentar: Nunca se había visto en la historia de un Ejército que los oficiales de la Contrainteligencia llegaran tan largo, de remate en una sola promoción ascendieron tres a generales CIM, a la vez. Entonces: ¿La contrainteligencia al mando de los cuarteles o los cuarteles al mando de la Contrainteligencia?

Con cierta amargura, Boitano reflexiona: Es una verdad que de los altos mandos del Ejército, no todos participamos ni combatimos en las dos últimas guerras civiles; y es evidente que en el transcurso del tiempo, algo raro pasó: los que participamos y combatimos, ya no mandamos, y por arte de magia comandan los que mayormente no combatieron. Pónganme ese trompo en la uña.

Como oficial del Ejército designado a una amplia zona que incluía Pantasma, en el departamento de Jinotega, el autor conoció de primera mano los horrores que sufrieron muchos campesinos a manos de autoridades encabezadas por el Secretario Político del FSLN, por cierto uno de los pocos sancionados por sus atrocidades durante la Revolución, debido a que la autoridad estaba enfocada en castigar a los “traidores” al sistema, a los que se desertaban o sencillamente se hartaban de tanta ignominia y tuvieron el valor y la visión de cuestionar y abandonar el barco del poder.

Los perseguían y se ensañaban contra ellos como si fueran sus peores enemigos. Hasta llegaban al odioso extremo de fusilarlos o desaparecerlos, al mejor estilo mafioso. Principalmente en el campo, esto fue muy común. Yo presencie, muchas veces sin poderlo evitar, torturas y ajusticiamientos “revolucionarios” hacia muchas personas, principalmente campesinos.

En Confesiones Secretas el autor plantea que la DGSE no ha dejado de operar. Dice que hay personas que durante toda una vida han sido espiadas o le tienen montada una conspiración para perjudicarla y hasta matarla. Han sido grabadas sus voces y filmadas en la interioridad de sus hogares. Son las “fuerzas oscuras”, dice, que tienen registrados todos los detalles de su vida, la de su familia y seres queridos de quienes han seleccionado como sus blancos. Sus teléfonos están intervenidos y su vida privada está almacenada en manos del gobierno, en casa de un particular o en una organización política. Todo de manera ilícita. Se llevan expedientes secretos y ninguna autoridad civil responderá por ese archivo nacional de inteligencia y seguridad. No sé como algo tan importante para las actividades que realizan las autoridades civiles, policiales y militares, ande caminando tan dudosamente.

Las estructuras de Inteligencia y Contrainteligencia como la Dirección General de la Seguridad del Estado, Dirección de Inteligencia Militar, Dirección de la Contrainteligencia Militar. Dirección de Información y Análisis de la Policía Nacional, etc., tenían como objetivos controlar todos los movimientos de sus miembros al interior de cada organización, y los movimientos de los enemigos de la revolución. Todos estos servicios, asegura el Coronel Víctor Boitano, actualmente están subordinados y controlados por el Presidente Daniel Ortega Saavedra y su mano derecha el Coronel (r) Lenin Cerna.

Precisamente los Comandos Electorales del FSLN son una expresión de las fuerzas paramilitares que nacieron en 1995 bajo el mando de Lenín Cerna, y que vivieron su momento de gloria con el fraude electoral de las elecciones municipales del pasado noviembre, ejemplifica Boitano, para quien estos organismos cuentan con apoyo encubierto gubernamental y estatal. Ahí están antiguos oficiales, destacados cuadros de Inteligencia y Operaciones de la DGSE, y hoy son una temible organización clandestina, que se convierte en fuerzas de choque fanatizadas y al margen de la ley, que obedecen ciegamente a un mando vertical en la Secretaria del Frente Sandinista.

El autor de Confesiones Secretas también aborda el tema de “La piñata”, de la que dice hubo dos: 1. Cuando los dirigentes revolucionarios tomaron el poder, se apropiaron de mansiones y vehículos de los somocistas, y también de un estilo de vida, lo cual fue denunciado por el Comandante Edén Pastora Gómez cuando rompió con el Frente Sandinista. 2. Cuando dejaron el poder en febrero-marzo de 1990, en que se apropiaron entre 600 y un mil millones de dólares en propiedades urbanas y rurales, casas, fincas y empresas.

Los principales líderes sandinistas, agrega Boitano, son ricos y millonarios, con grandes mansiones, vehículos de lujo, yates, haciendas cafetaleras y ganaderas, negocios de todo tipo, y sus hijos estudiando y graduándose en el extranjero: Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Suiza, Italia y España. Viven en la opulencia y el lujo, sus ropas son de marca. Sus vacaciones familiares la pasan entre Nueva York, París, Roma, Madrid y Miami. No ofrece detalles, pero el autor estima que la fortuna del Presidente Daniel Ortega sobrepasa los cuarenta millones de dólares; su hijo Payo Ortega, dice, ya cuenta con más de diez millones de dólares; y el Comandante Bayardo Arce Castaño tiene más de veinte millones de dólares. Aunque hay una larga lista de acusados por quiebra de bancos, líderes sandinistas participantes de esas operaciones, ni siquiera son mencionados, apunta Boitano. Para éste, todo esto evidencia que el somocismo y el sandinismo al final se fusionaron para formar a una nueva criatura bicéfala.

Siendo negro costeño, Boitano no podía dejar de referirse a “La Navidad Roja”, hecho trágico ocurrido a principios de 1,982 y que considera el crimen de lesa humanidad más grande cometido en Nicaragua desde la Colonia española, pues fueron masacrados más de trescientos misquitos, ocho mil fueron desplazados forzosamente a campamentos del interior del país y veinte mil obligados a huir desesperadamente, abandonados todo, a territorio hondureño. Explica que se manifestaron dos fenómenos: el racismo brutal de los pobladores del Pacifico contra los del Caribe; y la dominación impuesta a fuego y sangre del régimen sandinista sobre las etnias y pobladores en los territorios costeños.

Revela el Coronel Boitano que la mayoría de los soldados enviados a la Costa Caribe por el entonces Ejército Popular Sandinista (EPS), eran vagos, drogadictos y lumpen sancionados, quienes además iban en contra de su voluntad y con grandes resentimientos, que luego se desquitarían con los misquitos. Estos militares, agrega, no podían entender a los indígenas, no tenían la formación cultural ni académica, más bien, muchas veces actuaban anárquicamente, y en ocasiones con el beneplácito de sus mandos superiores.

El experimentado guerrillero, curtido oficial de dos guerras, académico militar formado en Cuba, la URSS y Francia, no teme, pero cree que sus Confesiones Secretas podrían provocar que lo asesinen, lo encarcelen o le procuren su desgracia, pero dice que no se correrá, aunque no quiere ser leyenda ni mártir ni héroe, sólo quiso romper con sus miedos, porque quiere la libertad como la vida y sin vida plena no hay libertad. Y paga una deuda especial con su madre fallecida y sus dos hermanos y compañeros de armas caídos.

Casi al final de Confesiones Secretas, con qué alivio dice: Me he quitado una pesada carga. Es el testimonio de quien se autodenomina “El último de los Boitano”.